Palabras del Consejero de la Judicatura Luis Alfredo Solís Montero en la ceremonia por el CCVIII aniversario luctuoso de Don Miguel Hidalgo y Costilla

martes, 30 de julio de 2019

Reunirse una mañana de julio a recordar a una persona fallecida hace 208 años, pudiera parecerle a algunos un sin sentido, ¿para qué hacerlo?: unos cuantos no sabrán quien era; muchos recordaran su nombre y conocerán algunos de sus datos biográficos, pero no más; otro grupo de personas recordarán cuáles eran sus ideales pero considerarán que éstos, más de doscientos años después, no tienen vigencia ni guardan relación con nuestra actualidad; luego encontraremos a aquellos que han hecho del escepticismo prácticamente una profesión y que no le verán ningún sentido a esta conmemoración, creerán que es simplemente un acto de protocolo para cumplir con una fecha más de nuestro calendario cívico.

Pero al lado de todos ellos nos encontramos nosotros, estoy convencido que todos y cada uno de los aquí presentes no sólo recuerda el nombre de MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA, también sabemos que nació en la hacienda de Sn Diego de Corralejo en Pénjamo, en el ahora estado de Guanajuato, el 8 de mayo de 1753 y que murió un 30 de julio de 1811 en la ciudad de Chihuahua. Que estudió en el Colegio de San Nicolás Obispo, ubicado en Valladolid, capital de la provincia de Michoacán, obteniendo el bachillerato en teología, siendo profesor, tesorero,  vicerrector y finalmente rector del afamado seminario de San Nicolás. Sabemos que estudió latín y  francés, pero que también aprendió otomí, nahuatl y purépecha, lo cual le permitió tener una mayor cercanía con aquellos pueblos, en una de las regiones con mayor diversidad de grupos indígenas. Recordamos que además de atender la administración de las haciendas familiares, se convirtió en un empresario innovador que crio abejas, fabricó loza, cultivó viñedos e incursionó en la cría de gusanos de seda.

Hasta ahí sería sólo conocer algunos de los pasajes de su vida, pero de él también sabemos lo que pensaba, lo que creía, cuáles eran sus ideales al encabezar el movimiento libertario de 1810, así en septiembre de ese año, Hidalgo escribió: “…deseamos ser independientes de España y gobernarnos nosotros mismos. La dependencia de la Península por trescientos años ha sido la situación más humillante y vergonzosa, en que han abusado del caudal de los mexicanos con mayor injusticia”. Tiempo después, al tomar Valladolid dijo: “Abrid los ojos americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos: ellos no son católicos sino por política; su Dios es el dinero” y dijo que estaba resuelto a no entrar en composición alguna, si no es que se ponga por base la libertad de la nación y el goce de aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres, derechos verdaderamente inalienables, y que deben sostenerse con ríos de sangre si fuese preciso”.

Recordar a don Miguel Hidalgo el día de hoy, es tener la convicción de que la esencia de estas palabras debe de guiar nuestra lucha cotidiana en el México del siglo XXI, que no son expresiones hechas en un español antiguo que no tiene nada que ver con lo que vivimos cotidianamente, por el contrario hoy más que nunca debemos luchar en contra de las injusticias en la forma en que éstas se presentan, ya sea la pobreza que lacera, la violencia en contra de las mujeres, el abandono hacia los niños y adultos mayores, la injusticia tiene muchos rostros y es nuestro deber plantarle cara y vencerla. Y en esa lucha debemos tener claro que nuestro Dios no es el dinero, que todos debemos tener las oportunidades para desarrollarnos y vivir plenamente, que el acceso a la salud, la educación, la vivienda y el trabajo no dependan de haber nacido en cierta región del país o en una determinada zona de la ciudad o tener tal o cual origen familiar, que sea nuestro esfuerzo cotidiano el que nos permita ir forjando un mejor futuro para nosotros y nuestras familias. Los derechos consagrados en nuestra Constitución, las leyes nacionales y locales, así como aquellos derivados de los instrumentos internacionales de los que México es parte, deben ser defendidos por todos nosotros, ya no con esos ríos de sangre de los que hablaba Hidalgo, sino con nuestro trabajo cotidiano que desde los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, así como el de la sociedad civil permitan materializarlos, pasarlos del papel a la realidad en la que todos los mexicanos gocemos de dichos derechos.

Recordar esta fecha, tiene sentido además porque nos permite darnos cuenta que para dicha tarea requerimos simplemente seres humanos con vocación y convicción en lo justo de estas causas. No superhéroes de películas, sino simplemente héroes, mujeres y hombres con defectos, pero también con virtudes, ideales y deseos de justicia. Muchos autores han dedicado innumerables líneas de sus obras a la vida de don Miguel Hidalgo, que si tenía una conducta extravagante, que era jugador disipado, dado a la continua diversión, que era dispendioso, desordenado, proclive al despilfarro. A lo mejor de todo ello hubiera algo de verdad, pero el heroísmo no consiste en carecer de defectos, sino de enfrentarlos y superarlos, de estar conscientes de nuestras deficiencias y trabajar con ellas, sin esperar reconocimientos y aplausos, es más, aun estando conscientes que nuestras decisiones y actos puedan traer aparejadas críticas, debemos comprometernos con ellas  si son justas. Los héroes de verdad no temen el fracaso, se enfrentan a los problemas e injusticias como lo hizo Hidalgo, sin importar incluso que se pueda ser derrotado; bajo la visión de algunos él perdió, pero mi convicción es que no fue así, fue vencido en batallas, aprendido, juzgado militar y eclesiásticamente, degradado, ejecutado y humillado, pero hoy estamos aquí por él,  lo recordamos 208 años después de su fusilamiento. Sus críticos señalan que no tenía mayor estrategia militar, que no tenía una idea clara de la nueva nación por la que luchaba, que no era capaz de dirigir el movimiento y ni siquiera indicado que forma de gobierno quería establecer, pero olvidan que hizo algo que nadie antes había hecho: concentrar en él tres siglos de reclamos hacia una sociedad injusta, clasista, en la que las desigualdades sociales y económicas eran evidentes, resulta fácil cuestionar lo que decidió y las acciones que tomó este hombre que arriesgando su propia vida puso por encima de sus defectos la convicción de que las cosas no podían seguir de la forma en la que estaban en la Nueva España hacia 1810; actuó de la manera en que su conciencia y convicción le guiaron, y es por ello que se convirtió en la voz de todos aquellos que por siglos no la habían tenido.

Don Miguel Hidalgo y Costilla no fracasó, sus decisiones y acciones permitieron poner en marcha un movimiento que años después se consumaría con la obtención de la independencia de nuestra nación. Un hombre así claro que merece ser recordado una mañana de julio. MUCHAS GRACIAS.

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